CAPITULO 1 - #3

Capítulo 1: De Una

#3 Desesperado

Dibujo de Dinoman

Nunca voy a olvidar ese día. Me encontraba parado en esa esquina esperando la señal del semáforo para cruzar la calle. Observando el ir y venir de la gente, gente preocupada por su situación, hablando y leyendo en los diarios sobre el aumento del crimen. La sociedad estaba podrida. Todos los días alguno robaba a alguien, alguien mataba a alguno, un marido le pegaba a su mujer, una madre maltrataba a su hijo, etc. etc., y así sin más todo sumaba. Y yo pensaba: “¿Por qué nadie hace nada?”, “¿Por qué no aparece alguien que haga algo, como en las historietas que yo dibujo?”, “¡Sí! ¡Un Súper Héroe!” Y me preguntaba por qué no tenía yo el poder para ser ese héroe. Desde siempre, sólo soñaba con fantasía; hasta que la fantasía se volvió realidad, aunque no como yo quería. 

En una esquina de la ciudad de Salto estaba yo, cuando lo vi venir: era el ómnibus de “Las termas”, que venía aceleradísimo y descontrolado, chocando con lo que se le atravesara. La gente le abría paso como podía, saliendo despavorida para todos lados, hasta que se dio vuelta en un giro brusco del volante volcándose y se deslizándose, arrastrando todo a su paso; se detuvo al impactar contra la estación de servicio que estaba haciendo cruz con la esquina en la cual me encontraba yo.

Quede shockeado al presenciar esa escena. Muchos esperaron una explosión, mientras otros, inclusive yo, tuvimos el impulso de correr y tratar de ayudar a las personas que venían dentro del vehículo. Al llegar al lugar notamos que la puerta estaba contra el piso y mientras pensaba qué hacer, un hombre se adelantó a subirse para intentar sacar a los sobrevivientes por alguna ventanilla de emergencia, mientras otros trataban de romper el parabrisas. Yo me quedé ahí parado sin saber qué hacer, escuchando a la gente comentar asombradísima que no se podía ver hacia adentro, ya que los vidrios estaban cubiertos de sangre. ¡De sangre! “¿Qué está pasando?” Me pregunte. Fue ahí cuando escuche estallar el vidrio de atrás del ómnibus, a la vez que escuche el grito del hombre sobre el mismo, seguido del golpe sordo de su impacto contra el piso al caer.

El ciudadano miraba dolorido hacia arriba y no podía hablar por la falta de aire en sus pulmones, pero mismo así pudo extender su brazo y señalar hacia arriba para mostrar que le había causado eso. Entonces vi aquella niña, aquella niña cubierta en sangre, y cuanto más la miraba, más me daba cuenta de la situación: ya no era una niña. Su mandíbula estaba descolocada, sus dientes podridos y torcidos cubiertos de baba, su respiración agitada y sus ojos rojos observando al hombre en el piso. Eso ya no era una niña. Era un monstruo.

La gente comenzó a gritar, y la criatura agitada miraba hacia todos lados. Aproveché su distracción para tratar de sacar al hombre de ahí, pero en el momento que lo sostuve me acorde del vidrio trasero y el estallido que había oído, no era muy difícil adivinar la situación. Giré despacio la cabeza hacia atrás como con miedo de lo que me iba a encontrar hasta que vi personas corriendo para todos lados, huyendo de los pasajeros del ómnibus, también convertidos en esos bichos. ¡Mi mano! Dirijo la vista hacia el hombre nuevamente, la niña estaba sobre él y con una mano sostenía fuertemente la mía mientras daba bocanadas a la garganta del ahora difunto. Ahora si tenía miedo. Forzaba y trataba de zafar pero no me soltaba. Me quería de postre.

Una nube me envolvió entonces, una niebla…¡un extintor! La criatura me suelta, abrumada por el vapor del extintor que traía uno de los empleados de la estación que intentaba salvarme, solo para ver como la niña lo terminaba atacando, mientras yo escapaba con el resto de la gente. Sin saber a dónde ir, nos metimos adentro del shopping. Muchos trataban de trancar las puertas. Yo también ayudé, cargando unos bancos que había cerca. Pero no sirvió de nada, los bichos mugrientos eran muchos, y las víctimas se iban convirtiendo al paso de los minutos. Volví a correr. Alguien gritó que en el segundo piso estaríamos seguros, pero todos se amontonaron en las escaleras mecánicas. Opté por el ascensor. Una mamá y su nene de cinco años me siguieron. Ya dentro y más tranquilos, observábamos a través de los vidrios cómo eran atacadas las personas que intentaban subir por las escaleras, cómo lo hacían con rapidez y cómo antes que nosotros los monstruos alcanzaban el segundo piso del shopping.

Al abrirse las puertas, ya estaban ahí. Agarré al niño en mis brazos y traté de proteger a la madre poniéndome entre ella y los monstruos asquerosos, dándoles patadas para que no se acercaran, pero fueron rápidos y eran muchos. Uno se me acercó, lo esquivé apenas, pero le dio para agarrar a la mujer del brazo y llevarla de un tirón con el resto de ellos. No me quedó otra que aprovechar para huir mientras el niño lloraba desconsoladamente en mis brazos. Me sentía cada vez peor. No podía hacer nada bien. Todos morían a mí alrededor. No pude salvar al hombre en la estación, al del extintor lo mataron por mi culpa y ahora la madre de este niño.

“Tengo que salvarlo a él. Tengo que encontrar un lugar donde escondernos”, pensé. Lo llevé a una de las salas del cine, pues no había función y por ende no había gente que llamara la atención de los monstruos. Corrí hasta encontrar un lugar oscuro. Nos ocultamos, pero el niño no paraba de llorar. Trataba de consolarlo pero parecía imposible, y con razón. Le tape la boca, un poco cosa de que no llamara la atención, y luego de un buen rato se calmo.

“¿Quién sos?” me preguntó. No sabía qué decirle para que mantuviera la calma, entonces le dije que era un súper héroe como los de las historietas y que lo iba a proteger. Me pidió llorando que no dejara que lo lastimaran como sucedió con su madre y no pude contener las lágrimas. Estuvimos un par de horas ocultos en silencio.

Luego de romperme la cabeza pensando qué hacer, llegue a la conclusión de que tenía que salir de ahí. Fue mala idea encerrarse en el shopping, pero en aquél momento no pude pensar con claridad.

Deje al niño dormido un segundo, y Salí con cuidado de la oscuridad de la sala, para ver cómo estaba la situación fuera. Estaba más tranquila al parecer. Ya no se escuchaban gritos, solo extraños sonidos y gemidos de los bichos caminando lentamente sin tener a quién comer.

Vi unas escaleras y no había nadie en ellas; el camino estaba despejado. Bajé, siempre despacio para no llamar la atención, y vi una salida. La terminal de ómnibus estaba desolada, todos se habían concentrado en las escaleras mecánicas y vagaban cerca de ellas. Cuando estaba por volver escuché al niño, lloraba nuevamente muy alto, se había despertado y yo no estaba ahí. Corrí hacia arriba nuevamente para encontrarme con cientos de monstruos que habían escuchado el llanto y se dirigían a la sala.

Estaban por todas partes y no me dejaban acercarme. Eran muchos. Grité llamándolo. Todos los monstruos me observaron: era yo su próxima presa. Sin perder el tiempo me agarraron la pierna. Era el niño, había huido y se me prendió por detrás muy asustado.

Lo agarré y bajé las escaleras a la salida, muy desesperado, pero contento de tenerlo a salvo, pero no por mucho. Fuera de la terminal, los vi a través de los ventanales. Parecía que toda la ciudad estaba ahí afuera, y todos eran zombis, como los llamó el niño. Ya no había salida. Retrocediendo, terminé escondiéndome dentro del supermercado, entre la terminal y el shopping.

Ya no había solución más que abrirme paso a través de ellos con lo que tuviera en mano. Con ese pensamiento busqué dentro del súper todo lo que pareciera un arma. Un cuchillo de carnicero muy grande y un hacha. Agarré también un cinturón de herramientas para llevar el cuchillo y una campera de invierno grande, la cual le puse al niño para que no lograran lastimarlo tan fácilmente.

Cargué al niño en mi espalda, indicándole que envuelva sus brazos con fuerza alrededor de mi cuello y sus piernas en mi cadera. Con el cuchillo en mi cintura y el hacha en mano me dirigí hacia la salida. Apenas doblé la primera góndola ya era el objetivo del medio torso de una señora de edad convertida que se arrastraba rápidamente con sus brazos y manos hacia mí, mientras otro grupito se alimentaba de sus piernas. Antes que me alcanzara comencé a tirar todo lo que había en las góndolas para detener su paso, pero impresionantemente pasaba por encima de todo, y cada vez estaba más cerca con su mandíbula abierta y ensangrentada tratando de morderme los pies. No dude más. Le dije al niño que cerrara los ojos y deje caer el hacha con fuerza sobre la cabeza de la media anciana. Para ese entonces el grupito anterior ya no tenía qué comer y estaba arriba mío: revoleaba con dificultad el hacha por llevar al niño en mi espalda. Logré derribar a varios pero uno me sacó el hacha de la mano, y cuando se me tiró encima, saque y le clavé el cuchillo en la frente. Para ese entonces sólo quedó uno arrastrándose, el cual esquivé y me fui corriendo.

Para cuando llegué a la puerta de salida, me encontré con la realidad de que sólo con un cuchillo no iba a pasar por cientos de esos zombis. ¿En que estaba pensando? Rompieron la puerta rápidamente al verme dentro y me arrinconaron contra una pared. Me dije a mi mismo que ya no había salida y el niño comenzó a llorar nuevamente descontrolado. “¡Mentiroso!” me decía, y lloraba sin parar. Para culminar tanta tragedia, uno de los zombis me saca al niño de la espalda y lo arrastra hacia el resto. Gritaba, lloraba y pataleaba, mientras le destrozaban la campera y la ropita. Entre ellos luchaban para ver quién se hacía con un pedacito primero. No tuve tiempo de cerrar los ojos o mirar hacia otro lado: lo tomaron de los bracitos y piernas, y en cuestión de segundos terminaron por desmembrarlo, aunque todo lo vi en cámara lenta, en menos de un pestañar ya no quedaba nada de él. ¿Y yo? Al final no hice otra cosa que aprovechar la distracción y huir como un cobarde. No soy un súper héroe, no existen esas cosas, pero todo va a cambiar. Han pasado horas desde lo sucedido, en este momento me encuentro oculto en el cuarto de monitoreo del shopping. A través de las cámaras, los veo caminar lentamente sin nada que comer, esas asquerosas criaturas, sedientas de sangre, hambrientas de carne humana. Los veo y me digo a mi mismo: “Esta noche se hará justicia”.



Dibujo de Dinoman
Idea original: Dinoman
Escrito por: Mauricio Martínez

Edición: Fernando Benítez

Dibujos de: Dinoman