CAPITULO 1 - #4

 

Capítulo 1: De Una


#4 Agitado



Dibujo de Dinoman


El sol del verano titila
ba suavemente entre el monte de eucaliptus con una sonrisa mellada por las hojas. La paz y el silencio se respiraban en el tibio ambiente. Una joven liebre mordisqueaba distraídamente algun yuyito del suelo. Agazapado como un leopardo, el hombre se arrastraba lentamente, carabina en mano. Una vieja Magnum 22 lanzó destellos metalicos al aire, José era su portador. Veterano del monte. Estaba acostumbrado a las inclemencias del campo, conocía sus secretos y sabía desenvolverse bien con lo poco que se le ofrecía. Su mano no tembló. Suavemente apuntó al cuerpo del animal, que nervioso levantaba la cabeza. - ¡¡¡PUM!!! - El estampido hizo volar todas las aves en un radio de varios metros. Era la octava liebre ese día.



Ya iba siendo tiempo de abastecerse de víveres y munición para la vieja carabina.
Cargó las liebres para venderlas, el arma para hacerle un mantenimiento y marcho rumbo a la ciudad en el destartalado cachilo. Esa misma tarde llegó a destino. Al pasar por la plaza notó mucha gente reunida en circulo y detuvo la marcha para curiosear sin bajarse del vehículo. No pasan muchas cosas interesantes en Artigas asi que aprovechó la ocasión. La policía se apresuró para llegar al lugar y a dispersar a la gente, que sin retirarse demasiado observaba alrededor de la provisoria barrera. -¿Que le pasó?- preguntó a una mujer mientras apuntaba con el dedo. Tendido en el suelo, un hombre yacía sobre un charco de sangre con la garganta hecha jirones. Sin sacar los ojos del cadaver la mujer abrio la boca para contestar pero solo consiguio articular un sonido ahogado. La persona que yacía en el suelo empezo a convulsionarse y un gorgoteo salia de su garganta destrozada. Se sacudía frenéticamente al tiempo que los policias trataban de asistirlo. El supuesto muerto tomó del hombro al policia y le mordio en la cara arrancandole un pedazo de carne. Entonces el público aterrorizado sucumbió al frenesí, pues el muerto empezo a morder cuanta gente se le ponía en el camino, imparable a los disparos del policia. Emitía sonidos guturales al tiempo que la gente corría. Al cabo de segundos del ataque, la gente mordida por la criatura también empezó a tener contracciónes en brazos y piernas, José, paralizado, miraba el aterrador espectaculo hasta que uno de los infectados se lanzó de un salto contra su viejo vehículo. Repentinamente José pisó el acelerador y salió a toda velocidad lanzando lejos al infectado.
 

El tiempo parecía andar en camara lenta. El humo espeso lo cubrió todo, se escuchaban aullidos a lo lejos. Horas despues del incidente, la ciudad era un verdadero desastre: infectados correteando por doquier, persiguiendo gente indefensa, autos volcados, casas en llamas; no existía la esperanza por donde se la busque. 



 
Dibujo de Dinoman


En un depósito humedo el tiempo siguió fluyendo de manera anormal, o eso le parecío a José que en su letargo no podía asimilar todo lo que comenzó a suceder apenas unas tres horas antes. Con 12 balas en el bolsillo y algunas más en la recámara del rifle, no sabía por dónde agarrar. Las gotas del techo humedo caían haciendo un eco repetitivo, que aumentaba el estado de trance en el que se encontraba. Arrinconado detrás de cajas vacías, José evaluaba la situación: - Me quedan 12 balas en el bolsillo, mi cuchillo de caza, mi morral con un par de camisas viejas, tabaco y la petaca de caña. Esos locos andan corriendo de a cientos y yo encerrado. Pa' lo mejor, no tengo nada qué comer y la camioneta esta en la entrada de este sucucho – Afuera, los gritos desgarradores de una mujer lo hicieron salir del letargo. De un salto asomó la vista por una rendija. No quedaba nada por hacer por esa mujer, y por duro que parezca en una situación así, el siempre fue de la idea que los débiles se quedan atrás. Escuchaba la carne desgarrándose del hueso de la pobre mujer, que ya no ofrecía resistencia, y colgaba de las bocas de las tres hambrientas criaturas que sinchaban el cuerpo como sabuesos hambrientos. - Tengo que salir de acá ahora - pensó para si mismo. Revisó todo el depósito y encontró una ventanilla en la parte posterior que daba a un callejon fuera de la instalación. Sin hacer ruido subió la ventanilla y se escabulló suavemente hacia afuera. A lo lejos, las criaturas seguían con su festín. Carabina al hombro, se acercó sigilosamente hasta llegar cerca del viejo “cachilo”. Cerca, los infectados se interponían entre él y su vehículo. No le quedó más opción; descolgo del hombro la carabina y le disparó en la cabeza al primero. Las manos expertas actuaban con rapidez. Metió otra bala en la recámara y antes de que el casquillo tocase el suelo, ya había abatido al segundo. El tiempo fluía con lentitud, con movimientos pausados. La sangre volaba furiosa en camara lenta. El aullido enloquecedor del tercer infectado ensordeció a José que sin anonadarse apuntó a la criatura, pero era demasiado tarde. Se le escurrió con movimentos resbaladizos y se le abalanzó. Poniendo el arma entre ambos logró sacar algo de distancia. Forcejeando de espaldas a la pared, sacó una mano por debajo de la carabina y tomó con dificultad el cuchillo. El aliento caliente de la criatura lo sofocaba y su increíble fuerza lo estaba sometiendo. De imprevisto sacó el cuchillo de su vaina en la cintura y comienzó a atacar a su agresor, que caía tras incontables puñaladas. Agotado por el esfuerzo, se arrastró hasta el vehículo, tratando de pasar desapercibido.
 

Había caído la noche. Las luces de la ciudad se mantenían apagadas. La única luz que se veía es la del fuego que se consume, y el humo seguía envolviéndolo todo. En algun lugar de la ruta, José volvía a sus pagos. Agotado y con hambre, se perdió en la negrura de la noche. Ya en calma, encencendió un criollo que fumó con ansiedad, y le dió un trago a la petaca. Revisó la guantera. – Tres balas más - pensó mientras sacaba las municiones y las guardaba en el bolsillo. Cuando levantó la vista, no tuvo tiempo siquiera de gritar. Chocó contra un auto volcado y su vehículo se desparramó, lanzando esquirlas de metal a todas direcciones. Con la boca amarga, José miraba en todas direcciones, mientras el mundo giraba incesantemente. Ya no sabía dónde estaba el arriba y el abajo. Los sonidos se escuchaban como a través de una gruesa pared. Como si él fuera un espectador en un macabro teatro. Abrió la puerta y se arrastró atontado, fuera del coche. Magullado y cubierto de astillas de vidrio, se dejó caer en el suelo de asfalto. Sentado contra los restos del coche, se dio cuenta que todavía llevaba el criollo en los labios. La mente se le nubló y se desmayó.
 

De tanto en tanto, José abría los ojos y volvía a perder la conciencia muchas veces. Su mente giraba sin parar y se sentía como sumergido en brea. Movimientos pastosos lo arremolineaban y confundían. Acostado sobre su espalda, el cielo y las estrellas parecían tener vida propia. Entonces se dio cuenta: lo estaban arrastrando de los pies. Se dejó llevar como una hoja que arrastra el viento y volvió a perder la conciencia. Al despertar de un sobresalto, miró alrededor y vió que un joven lo miraba fijamente. Moreno, de unos veinte años, de cuerpo flaco y pelo corto - ¿Está bien compañero? - le preguntó el muchacho a José, que con un poco de esfuerzo se iba incorporando - ¿Que pasó, donde estamos?-. - No se bien, encontré esta tapera hace unas horas ya. Estaba con dos personas más cuando de la nada aparecieron esas... cosas. ¿Usted las vió? -. - Sí, yo estuve en la ciudad cuando empezó todo. No se si queda alguien vivo. Esos, esos tipos ya no son gente. Algo le pasa a las personas cuando esos bichos los muerden... y cambian, quedan como enloquecidos, no demoran mucho rato en cambiar, lo vi con mis propios ojos... Ah y, gracias por traerme acá, me llamo José - El muchacho lo miró pensativo y le estrechó la mano - Manuel, mucho gusto -. No faltaba mucho para amanecer y el sol asomaba perezosamente por el horizonte. La tapera, ubicada cerca de la ruta, ofrecía un poco de protección y cobijo. Esperarían a que hubiera más luz para emprender la marcha y encontrar algun lugar seguro o de ser posible, algún grupo de sobrevivientes. José se levantó del suelo en el que estaba acostado. Cerca suyo el muchacho fumaba un cigarro. Con cada aspiración la pequeña brasa iluminaba con tonos rojizos el rostro de Manuel que, pensativo, miraba una pistola que tenía en la mano - ¿Sabés usarla? - le preguntó José. El muchacho asintió con la cabeza. - Tengo tu carabina, está en el rincon. ¿Te quedan balas?- Le preguntó Manuel sin alzar la vista. -En el bolsillo tengo algunas pero no me van a dar para ir muy lejos. ¿Qué hacemos?-. Se quedaron en silencio pensando. Varados, en medio de la nada. Sin comida ni agua. Las espectativas eran pocas...



Escrito por: Mateo Viera
 

Edición: Fernando Benítez

Dibujos de: Dinoman